domingo, 4 de octubre de 2009

Despertar

Desperté y supe que te habías ido, fue ese tipo de experiencia en la que calculas que te falta parte de ti. Siempre sabemos cómo podría empezar pero nadie nos hace pensar en cómo seguir cuando se acaba.
Acabar, es un verbo que tiene un fin, el fin en si mismo como si estuviera hecho para que el ser humano entendiera que la muerte es acabar con los sueños de uno ¿los sueños tienen fin?
Los sueños son lo que me hicieron levantarme y completamente consciente de la cama decidí no ver más que mis pasos, uno tras otro, primero lograr prender la luz, las lagrimas no me permitían darme cuenta de la toalla así que me arrastré hacia el baño, la regadera hacia ese sonido de tuercas retorcidas que solo tu podías solucionar, gracias a la divinidad había agua caliente.
Me bañe, no sé por cuánto tiempo intente quitarme la desgracia que sentía en la piel, las lagrimas se confundían con el flujo de la regadera, me enjaboné y recordé no sé cuantas bromas hechas por años, las bromas no ayudaron a olvidarte.
Salí del agua y buscaba la toalla y recordé que la deje en el cuarto, inmediatamente me di cuenta de que comenzaba a pedirte que me la pasaras pero logré contener la petición y no importo salirme desnuda, más desnuda ya no me podría sentir por no sé cuánto tiempo más.
Acto siguiente fue ponerme el disfraz diario, no veía nada, la memoria muscular me ayudo, prenda tras prenda logre llegar al torso y me sentí ridícula. Ridículo es el hecho de que no podamos seguir, una prenda qué más da, la gente solo vería lo superficial nunca importa que tanto llevemos puesto siempre y cuando el velo continué en su lugar.
Total llegue y complete el ritual, necesitaba un poco de maquillaje, el trabajo exige todo. Cuando vi completada la maravilla que es despertarse un día y no precisamente cualquier día me detuve un momento.
El momento de contemplarte completa, no faltaba nada, el arete, el suéter, los zapatos, pantalón y demás, pero el velo seguía cubriéndome los ojos, las lagrimas se convirtieron en una pequeña bruma que empaña la visión.
Acabar, yo acabe en ese día pero la parte que deje en la cama… esa parte… me sigue haciendo falta.

Máscaras de Zacatecas

hay algunas caras, de vez en cuando, tan verdaderas, me parece como si fueran a saltarme encima, son caras que gritan, ¿Comprendéis lo que quiero decir?, te gritan encima, es horrible, no hay modo de defenderse, no hay... modo.
Océano mar, Alessandro Baricco




Entro a un espacio de ruinas y rostros
y una sonrisa maquiavélica que se abre para mirarme con sorna.
Las miradas huecas que enuncian la fuga del alma,
seguramente acechando en las cercanías,
como prófuga, como bestia salvaje
que proviene de abismales selvas,
esperando para saltarme.
Rostros monstruosos que revelan mi existencia al reflejarme,
me veo y los veo.
Están ahí, sin vida,
sé que me ven, pero no me miran,
sé que tras su rostro no hay más que un hueco
(¿Será la manifestación del vacío humano?),
un vacio único que todos compartimos
y que, sin embargo, me perturba.
Siento el leve pestañeo de un ermitaño,
¿Serán los años de polvo los que inyectan de vida?
La mística vivacidad del tiempo
que se manifiesta en lo muerto.
Me sumerjo entre la bruma melancólica de un ojo
y de pronto me encuentro descubierto.
Es la propia niebla la que veo,
el abismo blanquecino que todos compartimos:
ideas, sueños y recuerdos difusos,
todo entremezclado, sin límite,
un vacío de blancura donde el todo se licúa,
me confunde con la nada.
Entonces quien me acompaña también se desnuda,
se muestra confundida entre la nube condensada.
Y me asusto del vacío tras los ojos,
me asusto y me escondo en los rostros de demonios,
arlequines y viejos, animales fantásticos,
pregoneros de sabia piedra,
de vitalidad de madera.
Pruebo unos, otros, camino entre miradas vacías
sin encontrar la mía.
Ahora soy un niño, ahora un viejo,
un ángel o demonio, bestia, quimera...
Y el vórtice de rostros me lleva a un nuevo espacio
¿Quien soy yo bajo este cielo?
¿Qué máscara me he puesto?
Daniel Santillán