martes, 31 de marzo de 2009
Para un tú ausente.
memoria hecha fragmentos,
fotografías siempre borrosas,
inundación deleznable,
irrigación de bilis por mis venas:
así veneno, intoxicación amarga
tu paso por mi cuerpo.
Mas cuanto diera para que regresaras,
y dar vuelta a las mentiras colectivas
y a las frases sinsentido.
Cuanto para que, sin reserva,
nos pintaramos de azul una vez más.
domingo, 29 de marzo de 2009
SóLo PoR eSo
ni por los abrazos
ni siquiera por el placer.
martes, 24 de marzo de 2009
Vístete
ese que tanto me gusta,
el de cabellera rizada
y sonrisa franca,
el de piernas largas
y estrecha cintura.
Mañana, quizá, usa otro:
el de piel blanca con lunares en la espalda,
el de caderas sueltas
o el de mirada terrible,
o el de ojos oscuros
y lágrimas diáfanas.
Ponte los pies pequeños,
los que danzan con el viento,
las manos dulces
con dedos indiscretos.
Vístete, Amor.
Vístete ya, que te espero.
domingo, 22 de marzo de 2009
AnCoRa NoN... (no publicar)
martes, 17 de marzo de 2009
Caminante
Aunque avanzaba rápido el ritmo de sus pasos era pausado, sin ruido, sus movimientos eran tan ligeros que lo hacían aparecer y desaparecer entre las columnas de esos pasillos borrosos. La mirada al frente, tropezando sin mirar los accidentes del camino pero sin perturbar la armonía de las cosas que tocaba.
Tenía algo de luz, quizás de estrella, los tallos de las plantas se orientaban según su trayctoria. Con él aprendí a desplazarme en círculos, bastaba con trazar uno en dirección contraria y aplicar algo de fuerza para chocar con él violentamente e intercambiar miradas unas tres veces al día. Siempre me sonrió.
Aún después de varios años sigo encontrando reflejos de su paso. A veces son sólo los hombros que se ensanchan y se balancean como si en cualquier momento fueran a brotarles alas. Sin embargo lo que más me inquieta no es seguir hipnotizada a aquellos que tararean las mismas melodías sino hallar también ese compás de sus pisadas en la respiración de los hombres que duermen a mi lado.
lunes, 16 de marzo de 2009
El Éxodo
el pueblo que no encuentra su lugar.
Somos los que huyen, los que se escapan,
los que se abrigan con una sábana de mariguana,
los que buscan nuevos labios en qué protegerse,
sexo frío que nos refresque
la ansiedad,
los que se pierden en los ríos místicos del alcohol,
los que nadamos sin saber la dirección.
los que perdimos el verde cielo
(¿El verde infierno?).
Caminamos, caminamos, caminamos en el tedio
sobre calles de apatía.
Pedimos alojo en cualquier cantina,
cualquier pinche lugar
que nos deje perdernos.
¡Mirad, ya han abierto Las Duelistas!
DAGS
Salvación
Su último amorío había terminado hacía poco tiempo. Había durado poco tiempo. Poco tiempo tomando en cuenta la relatividad de la expresión: la percepción del tiempo es objetivamente inasible, incalculable. Había sido —el amorío— corto e intenso, tortuoso más de su segunda mitad, lleno de dudas y especulaciones, inseguridades alentadoras, de esas que retienen el pensamiento involuntario del que ama. El deseo y la probabilidad del fracaso eran parte del ímpetu funcional de aquella relación.
Entonces, el fracaso y el rechazo palpitaban vehementemente ante la deserción amorosa. Su aceptación se hizo presente con la condición humana como apología: una permisión quizá bastante ingrata pero redentora. En algunas noches aún odiaba la certidumbre de la ausencia, la des esperanza, la resignación absoluta justificada de manera racional y lógica, tan civilizada, fría. Perdía la capacidad de sorpresa mientras adquiría experiencia, según pensaba. Se mantenía estoica dentro de la practicidad reguladora del sentido común; ecuánime y consiente de la traducción sentimental a pensamientos definidos, materializados o idealizados mediante un proceso continuo y metódico. Poco a poco se acercaba más al control de sí misma que tanto anhelaba. O quizá —y esto tiene más sentido— se había cansado de no obtenerlo y se conformaba con logros cada vez más nimios; dejaba la autocrítica en pos de un hedonismo de atmósfera ficticia, de autosatisfacción programada. Una especie de coma inducido lo suficientemente cómodo, de escenarios predispuestos y de algunas pocas situaciones a elegir. Así todo era mucho más simple.
De súbito llegó el tedio y con éste el tiempo de retomar una vida siempre incompleta. El primer intento había fracasado ante el desinterés de un prospecto de amado, quien sólo podía ofrecer un afecto fraternal. El segundo intento fracasó ante el desinterés de un mejor amigo cuya irrupción amorosa desvirtuó cualquier vínculo. El tercer intento se había frustrado por la apatía pasional de un amigo reciente, fortuito, con quien compartía la dulce cotidianeidad, la diversión, el agrado mutuo y el sexo. El cuarto, quinto, sexto, séptimo intento… todos desesperados, todos fugaces amores de recuerdos borrosos, deformados por el paso del tiempo, el olvido parcial y la superposición de nuevas imágenes mentales, de nuevos deseos.
El último no fue intento. Ya no. Su viejo amigo sin etiqueta apareció de entre la nada, como siempre, en el momento justo de la ocasión más peligrosa: la soledad improductiva y a la intemperie. Jamás hubiera recordado aquellos besos lejanos sin carga sentimental que ocurrieron cuando adolescentes. Jamás los hubiera recordado de no ser después de algunas cervezas justamente en el lugar de la aquella experimentación juvenil, casi perversa, ya alejada de la memoria. Entonces lo vio y la conversación grupal pareció diluirse para dar paso al cuadro perfecto de los labios de su amigo recitando la letra de una canción enigmática que ella también pronunciaba. Sus ojos adormilados chocaron con los de él después de una expectación anhelante, casi un ruego. Ella respondió con una sonrisa tierna y un guiño cómplice. Él levantó su vaso desechable para brindar y le envió un diminuto beso, imperceptible para los otros. Ella se sonrojó ligeramente y extendió su brazo para alcanzar la mano aparentemente inerte que, al contacto, apretó con una fuerza efímera. La lentitud parecía agradecida y ambos paladeaban la resequedad de las lenguas propias, sin cerveza y sin saliva.
Se adoraron entonces recíprocamente con una distancia casi de divinidad. Se amaron después sin contacto y sin deseo. Era un amor atemporal de intensidad aleatoria. Ambos lo sabían sin la certeza de que el otro lo supiera pero con cierta confianza, en un acto de absoluta fe, en que el equilibrio cósmico se mostrara a su favor esta vez.
Al terminar la reunión, todos se encaminaron hacia la avenida para abordar un taxi. Ella tomaba ahora la mano del mejor amigo de su amado, amigo en común. Ella abordó el primer taxi con quien sostenía su mano. Abrazó a su amado cerrando los ojos, con la misma sonrisa tierna y el mismo guiño cómplice, se despidió con un breve beso en la boca. Él adecuó su mano a la cintura de ella en un movimiento natural. Ella partió con el sabor equivocado. Él, aliviado, comenzó a extrañarla.
La inminencia del fracaso les daba la seguridad que el anhelo no. La carencia de deseo carnal les entregaba la eternidad subjetiva de un amor entrañable aunque intangible. Sin embargo, un oneroso estímulo los llamaba en distintas búsquedas para aparentar el oficio humano, para acumular una experiencia no siempre necesaria.
Seguirían amándose con eventual intensidad. Nunca intentarían besarse de nuevo, sin el ardor adolescente que jamás los unió, porque ahora tenían un símil de felicidad tibia, confortable, inferida.
Pasaban juntos poco tiempo. Poco tiempo tomando en cuenta la relatividad de la expresión: el tiempo no se mide con miradas.
domingo, 15 de marzo de 2009
ExPuLsAdOs PoR sEr
Risas, juegos, vomito, llanto, besos, orines y caricias rodaban por las pequeñas veredas del Edén mientras el sol expandía las alucinaciones, la luna incendiaba las razones y la resolana protegía las ilusiones.
Crecieron, aunque algunos dirían que cayeron y que el Edén se convirtió en el reflejo de sus seres podridos, pero no, los hijos de las letras sólo vivieron. La tierra seca, los árboles tristes, el olor nauseabundo, la sínica basura y la primavera ausente sí eran un reflejo, pero no de la decadencia de los letrados y filósofos, sino de la realidad descubierta, asimilada y aceptada, que aunque porquería, se puede a veces ser feliz en ella, con momentos de tristeza, inconsciencia, excitación, perdición, recuperación, amor …
Hubo una vez cuando aprendimos y llegó el turno para que los ahora nuevos hijos de las letras aprendieran, ¡peregrinemos a Las Islas! para que no nos vean los que piensan que somos una vergüenza, ¡bebamos! y contemplemos los fuegos que anuncian el nuevo patrimonio de la humanidad que nos ignora … ¡Goooooya, gooooooooooya …!
Ahora el Edén es verde y tapetes jacarandosos dejan huellas … pero ya no podemos regresar a la ignorancia ... nos han expulsado del Edén.
Mariposa
las ilusiones del amor, venidas
de azules y profundas lontananzas."
Manuel José Othón
Te ví de lejos, un poco borrosa, riendo como sólo tú sabes hacerlo.
Me gustó tu risa desde el primer momento, aunque casi siempre la vi de lejos, la sentí a la distancia. También me gustaron tus ojos, expresivos, extraños, cautivadores, inquietos. Los veía volar constantemente para después aterrizar de pronto, temerosos. Tú eres una extraña confusión entre miedo y temeridad. Quieres volar y cuando llegas alto te derrumbas, mas siempre recuerdas tus vuelos con cierto tono melancólico. Me gusta la rara mezcla de tristeza y alegría de tus ojos.
Viniste con el viento, con las lluvias de mayo, llegaste tan rápido que no me di cuenta hasta que estaba empapado junto a tí. Sé que te irás, mas no importa, porque el viento te traerá de nuevo, con otras ropas, con otro nombre, pero con los mismos ojos. Tal vez el viento me llevará contigo, tal vez deje de soplar y puedas quedarte. No sé lo que pasará, sólo no lo sé...
jueves, 12 de marzo de 2009
Cansancio
Otro traspié a simulados nuevos anhelos, sin planes cercanos, con un grave menosprecio hacia el despertar.
No se ha decidido que será de mañana aún continúo con la carga de esa punzante noticia de querer regresar a la nada de ti.
Escarbo sigilosa y de prisa por la gota de roció, aquella que guarda la fresca mañana del renacer.
Adiós a la vida,
al sueño remoto,
adiós al despojo que es padecer.
miércoles, 11 de marzo de 2009
Prohibido morir en el edén
Seguramente, el Edén está repartido por pedazos a lo largo de la Tierra, pero ¡Cómo se le ocurrió a Dios dejar un trozo cerca de filosofía! Y es que, no se crean, primeramente el Edén, el trocito que le tocó a filosofía, era bonito. Seguramente hasta tenía su pedazo de río (su riachuelo) y los pajaritos (esos que han emigrado y ahora habitan cerca de las ventanas del último piso de la facultad) revoloteaban por sus árboles y cantaban.
En ese entonces, los estudiantes de letras se reunían a fumar hierba y a plantear el futuro del mundo, ese mundo que se les dibujaba con aleteos de mariposas y se les antojaba utópico como canción de los Beatles. Pero esos eran otros, los ilusos, los ingenuos que creían que el mundo tenía solución.
Ahora, el Edén es sólo nuestro, de los perdidos, de los que sabemos que la esperanza, la utopía, el socialismo, la democracia, el Estado, la izquierda, son puras palabrerías sin importancia, puro invento como los reyes magos o el ratón de los dientes.
El Edén nos lo hemos adueñado los que sabemos que el sentido de la vida no es más que pura chatarra de libro de autoayuda. Y no es que seamos pesimistas, aún nos contradecimos, aún tenemos esperanza en el dolor y la desilusión. Y es que tenemos miedo al vacío.
Pero el Edén no es tan malo, digo, no pasó de ser paraíso a ser infierno. Sin el Edén nosotros no tendríamos refugio y por eso no me quejo. De vez en cuando las jacarándas color lila triste cubren el pasto podrido y crean un tapete, cual mariposas muertas, entonces parece que aún hubiera esperanza y reímos.
Así, el Edén se desdibuja en recuerdos ante nuestros ojos. Se desdibuja porque se va alejando, como cualquier recuerdo, pero, como cualquier recuerdo, es parte de nosotros.
Y si amamos los recuerdos, amamos el Edén, y eso es parte de nuestra contradicción. Pero el amor y el dolor no son contradictorios, los dos son infernales y son parte de este mundo que se pudre ante nuestros ojos.
El mundo de por sí se pudre, eso es un hecho. Se pudre acá, en el Edén, y se pudre allá, en Francia, en Brasil, en China, en Estados Unidos, en Rusia; la diferencia es que aquí lo sabemos y nos reímos de eso y no nos preocupa. La esperanza, verde como los árboles del Edén, se cae a pedacitos acá y allá, pero nosotros, los perdidos, preferimos estar acá.
El Edén, después de la manzana, es el sitio del conocimiento, por eso Adán y Eva se cubrieron de hojas. Pero ellos eran otros, los avergonzados, los que veían el mundo yéndoseles de las manos y les daba vergüenza haberlo perdido. Nosotros somos los desvergonzados, no porque no tengamos vergüenza, si no porque no tenemos de que avergonzarnos; el mundo se les fue a ellos, a los que nos precedieron, nosotros no tuvimos la culpa y no podemos hacer nada.
Si estamos en el Edén es porque nos damos cuenta; porque sabemos que los sueños se deshacen en polvo, en cenizas de cadáveres que soñaron y se descompusieron; sabemos que no hay más utopía posible que ésta; somos los conscientes, los que se burlan de los ilusos, los que se refugian en sí mismos.
Algunos nos tienen lástima, nosotros les tenemos lástima porque ellos no han aceptado que no hay sentido y seguirán buscándolo en este mundo deshecho y no lo encontrarán nunca y se olvidarán de vivir.
Nosotros, por el momento, seguiremos recostados mirando las hojas caer en plena primavera; viendo el cielo rojo de sangre o gris de miedo o negro de muerte, teñido de nubes blancas como espuma de un mar salvaje o de estrellas que murieron hace millones de años y hoy son puros espejismos.
Y este mundo, esta porquería deshecha en nuestras manos, seguirá siendo la misma porquería con o sin nosotros. Pero nosotros seguiremos siendo nosotros con o sin el mundo.
Carla de Pedro