lunes, 16 de marzo de 2009

Salvación

Su último amorío había terminado hacía poco tiempo. Había durado poco tiempo. Poco tiempo tomando en cuenta la relatividad de la expresión: la percepción del tiempo es objetivamente inasible, incalculable. Había sido el amorío corto e intenso, tortuoso más de su segunda mitad, lleno de dudas y especulaciones, inseguridades alentadoras, de esas que retienen el pensamiento involuntario del que ama. El deseo y la probabilidad del fracaso eran parte del ímpetu funcional de aquella relación.

Entonces, el fracaso y el rechazo palpitaban vehementemente ante la deserción amorosa. Su aceptación se hizo presente con la condición humana como apología: una permisión quizá bastante ingrata pero redentora. En algunas noches aún odiaba la certidumbre de la ausencia, la des esperanza, la resignación absoluta justificada de manera racional y lógica, tan civilizada, fría. Perdía la capacidad de sorpresa mientras adquiría experiencia, según pensaba. Se mantenía estoica dentro de la practicidad reguladora del sentido común; ecuánime y consiente de la traducción sentimental a pensamientos definidos, materializados o idealizados mediante un proceso continuo y metódico. Poco a poco se acercaba más al control de sí misma que tanto anhelaba. O quizá
—y esto tiene más sentido— se había cansado de no obtenerlo y se conformaba con logros cada vez más nimios; dejaba la autocrítica en pos de un hedonismo de atmósfera ficticia, de autosatisfacción programada. Una especie de coma inducido lo suficientemente cómodo, de escenarios predispuestos y de algunas pocas situaciones a elegir. Así todo era mucho más simple.



De súbito llegó el tedio y con éste el tiempo de retomar una vida siempre incompleta. El primer intento había fracasado ante el desinterés de un prospecto de amado, quien sólo podía ofrecer un afecto fraternal. El segundo intento fracasó ante el desinterés de un mejor amigo cuya irrupción amorosa desvirtuó cualquier vínculo. El tercer intento se había frustrado por la apatía pasional de un amigo reciente, fortuito, con quien compartía la dulce cotidianeidad, la diversión, el agrado mutuo y el sexo. El cuarto, quinto, sexto, séptimo intento… todos desesperados, todos fugaces amores de recuerdos borrosos, deformados por el paso del tiempo, el olvido parcial y la superposición de nuevas imágenes mentales, de nuevos deseos.



El último no fue intento. Ya no. Su viejo amigo sin etiqueta apareció de entre la nada, como siempre, en el momento justo de la ocasión más peligrosa: la soledad improductiva y a la intemperie. Jamás hubiera recordado aquellos besos lejanos sin carga sentimental que ocurrieron cuando adolescentes. Jamás los hubiera recordado de no ser después de algunas cervezas justamente en el lugar de la aquella experimentación juvenil, casi perversa, ya alejada de la memoria. Entonces lo vio y la conversación grupal pareció diluirse para dar paso al cuadro perfecto de los labios de su amigo recitando la letra de una canción enigmática que ella también pronunciaba. Sus ojos adormilados chocaron con los de él después de una expectación anhelante, casi un ruego. Ella respondió con una sonrisa tierna y un guiño cómplice. Él levantó su vaso desechable para brindar y le envió un diminuto beso, imperceptible para los otros. Ella se sonrojó ligeramente y extendió su brazo para alcanzar la mano aparentemente inerte que, al contacto, apretó con una fuerza efímera. La lentitud parecía agradecida y ambos paladeaban la resequedad de las lenguas propias, sin cerveza y sin saliva.

Se adoraron entonces recíprocamente con una distancia casi de divinidad. Se amaron después sin contacto y sin deseo. Era un amor atemporal de intensidad aleatoria. Ambos lo sabían sin la certeza de que el otro lo supiera pero con cierta confianza, en un acto de absoluta fe, en que el equilibrio cósmico se mostrara a su favor esta vez.



Al terminar la reunión, todos se encaminaron hacia la avenida para abordar un taxi. Ella tomaba ahora la mano del mejor amigo de su amado, amigo en común. Ella abordó el primer taxi con quien sostenía su mano. Abrazó a su amado cerrando los ojos, con la misma sonrisa tierna y el mismo guiño cómplice, se despidió con un breve beso en la boca. Él adecuó su mano a la cintura de ella en un movimiento natural. Ella partió con el sabor equivocado. Él, aliviado, comenzó a extrañarla.

La inminencia del fracaso les daba la seguridad que el anhelo no. La carencia de deseo carnal les entregaba la eternidad subjetiva de un amor entrañable aunque intangible. Sin embargo, un oneroso estímulo los llamaba en distintas búsquedas para aparentar el oficio humano, para acumular una experiencia no siempre necesaria.

Seguirían amándose con eventual intensidad. Nunca intentarían besarse de nuevo, sin el ardor adolescente que jamás los unió, porque ahora tenían un símil de felicidad tibia, confortable, inferida.

Pasaban juntos poco tiempo. Poco tiempo tomando en cuenta la relatividad de la expresión: el tiempo no se mide con miradas.

5 comentarios:

  1. Me agrada mucho lo que escribes china, aunque he de confesar que a veces tu prosa se me complica, creo que es por el léxico que, aunque exacto, es extraño y poco natural, lo que me hace volver una y otra vez. Tienes frases muy buenas, dignas de citarse: "Su viejo amigo sin etiqueta apareció de entre la nada, como siempre, en el momento justo de la ocasión más peligrosa: la soledad improductiva y a la intemperie".
    Nos vemos, suerte.

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  2. Che brava!!! me gustó mucho mujer, reflejaste las sensasiones y los sentimientos muy bien, los llevaste de lo escrito a lo tangible, espero con ansia más textos tuyos.

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  3. es verdad, uno a veces prefiere algo que no suceda.
    un sueño al volverse material pierde toda su idealización.
    todo termina,
    si no comienza no termina y siempre estará allí como una posibilidad, como una promesa de dicha...una promesa que no se romperá como las demás...
    hay que aislar un evento del tiempo para que no terminé y cuando no haya salida poder refugiarnos en ese sueño mientras encontramos un nuevo sentido efímero...

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  4. completamente: salvación... no me había fijado en el título...

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