martes, 19 de julio de 2011

La muñeca

La mudanza no fue un acontecimiento de relevancia para mis padres, su rutina no se vio afectada en lo más mínimo, ellos seguían lejos de la casa y lejos de mí.

Para mis hermanas el nuevo hogar fue lo mejor que les pudo pasar. La casa era tan grande y elegante que según ellas habían ascendido varios peldaños en la sociedad. Ahora eran populares y podían tener al chico que deseaban gracias a las impresionantes fiestas que organizaban en ausencia de mis padres, las cuáles eran bastantes.

En cambio yo, desde la primera vez que entré en esa casa sentí algo que me erizaba la piel. Y conforme los días fueron pasando ese algo se hacía cada vez más tangible, hasta sentirse como una suave tela fría que cubría mi cuerpo.

No podía estar tranquila, todo el tiempo sentía la necesidad de mirar detrás de mí y encontrar ese algo que me observaba y me seguía con sigilo, pero jamás veía nada, sólo sentía su frío aliento rozándome el cuello.

El frío que me rodeaba en casa cada día era mayor, a tal grado que me veía en la necesidad de usar chamarra, guantes y botas aún en verano. Mis hermanas creyeron que estaba en una etapa de verme ridícula, mis padres jamás se dieron cuenta. Y yo no entendía por qué era la única que percibía ese algo.

Un día después de la escuela entré a la casa, y noté que se respiraba un aire tibio y confortable. Me exalté de inmediato, después de tantos meses de frío y miedo, el nuevo ambiente me parecía aún más aterrador. Tiré mi mochila y corrí a mi habitación. Abrí la puerta y ahí estaba ese algo, por fin nos veíamos cara a cara. Era como una pequeña masa gelatinosa de color naranja o café, no sabría describir exactamente su color. Me acerqué un poco a eso para mirarlo mejor. Era totalmente transparente excepto por la base que tocaba el suelo.

De pronto comenzó a arrastrarse como un caracol, y aunque era igual de lento, yo salí corriendo buscando ayuda.

En un momento escuché a mis hermanas en uno de los baños, así que me dirigí hacia allá. Estaban mis hermanas arrodilladas junto a la tina de baño. Todo estaba en penumbras, sólo unas pocas velas alumbraban tenuemente el lugar.

En cuanto entré ellas giraron sus rostros hacia mí. Por unos segundos me quedé petrificada en la puerta, sus rostros estaban un poco deformes y el demonio se reflejaba en sus ojos. Ellas sonrieron con malicia y cada una se paró en un extremo de la tina, la cual estaba llena de sangre. Después comenzaron a jalar de unas cuerdas, como si estuvieran recorriendo las cortinas de un teatro, pero en vez de cortinas, emergió de la sangre una muñeca idéntica a mí. Sus brazos estaban atados a las cuerdas, parecía crucificada, y en cuanto noté que llevaba puesta exactamente la ropa que yo traía, supe que mis hermanas querían que yo ocupara su lugar.

Me di la vuelta para huir de ahí, pero en cuanto me giré ese algo gelatinoso se pegó en mi cara cubriéndomela por completo. Traté de quitármelo con desesperación hasta que la asfixia me hizo perder el conocimiento.

Cuando abrí los ojos estaba en mi habitación, sentada enfrente de mi cama. Todo parecía tranquilo, como si hubiera despertado de una terrible pesadilla. Pero cuando traté de levantarme, mi cuerpo no respondió ¡La pesadilla no había terminado! Quise mirar mis brazos y piernas, pero tampoco pude, sólo podía mirar fijamente hacia el frente, no podía hacer nada más, ni siquiera gritar o llorar.
De pronto la puerta se comenzó abrir lentamente, el terror me invadió al pensar que algo horrible entraría a lastimarme y que yo no podría hacer nada para defenderme. Pero mi sorpresa fue inmensa al ver que era yo quien entraba y se quedaba de pie en la puerta mirándome. ¿Qué era lo que sucedía? ¿Qué hacia mi cuerpo enfrente de mí?

Después de unos segundos se acercó y se arrodilló enfrente de mí sonriendo. Definitivamente era yo, pero había algo desconocido en sus ojos, casi como lo que se había reflejado en los ojos de mis hermanas.

Me tomó del brazo y mi cuerpo colgó de mi extremidad. Después me sentó en el suelo y enderezó mi cabeza. Estábamos enfrente de un espejo en donde estaba mi reflejo y el de una muñeca de trapo. Mi reflejo comenzó a bailar y brincar, pero mi cuerpo estaba inmóvil.


Néfele Luna

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