"Voy a irte a buscar allí, al pedazo de noche en que tropezaron de pronto tus ojos, mis ojos, tan llenos de igual soledad"
Augusto Blanca
Las plastas de lodo pegadas a sus plantas lo hacen resbalar constantemente, hace tiempo que camina sin conciencia, tropieza con las piedras del camino y las zarzas de la vereda se le van prendiendo al cuerpo, sujetándolo lo más que pueden, como si no quisieran que siga avanzando, pero por más que clavan sus espinas en la piel y en la ropa él sigue avanzando, indiferente, absorto en sus pensamientos. Me hubiera gustado traerla. Él conoce la montaña perfectamente, aquí es donde su infancia se le fue trepando árboles, corriendo, robando la verdura de las parcelas, buscando frutos y hongos silvestres, cazando ardillas y pájaros y de vez en cuando un teporingo. Sí, a ella le hubiera gustado ver estos árboles tan grandes, no hay ninguno así en la ciudad, o le encantaría el canto histérico de las aves que se sienten llenas de vida y que necesitan presumirselo al mundo, o el dulce arrorró del grillo que invita a retozar entre los pastizales. Sí, le hubiera gustado esta verde embriaguez.
Nadie en su familia sabe qué hacía ahí en sus ratos de ocio, siempre escapaba al monte una vez que acababa los deberes y se estaba ahí hasta mucho después de la puesta del sol, hasta que la luna iluminaba lo suficiente el camino para regresar. Las noches sin luna, él simplemente no regresaba, se quedaba solo en el monte y se le veía al alba, cuando los gallos gritaban como queriendo correr la oscuridad del pueblo. Su silencio, eso es lo que me gustaba, el dulce discurso del silencio. Me abría su alma a través de una mirada, un puente místico que cruza los mares torvos del ruido, ese mar que me asfixiaba era traspasado con una sola mirada, una mirada que se abría y dejaba asomar un bosque en primavera. Entonces sabía lo que ella me decía y ella sabía lo que yo deseaba. No necesitábamos usar las palabras, el estorbo del nombre que sólo limita lo nombrado, por eso éramos más libres, porque nunca fuimos nombres, sólo tú y yo. Para mí es sólo ella y nada más.
El andar es cada vez más cansado, se tiene que detener de trecho en trecho a respirar un poco y recordar el camino (hace tanto que no viene por aquí). Un camino ancho que rodea la montaña lleva a un gran páramo rodeado de grandes ocotes, pero es demasiado largo, una vereda asciende trepando la roca, a la vera del agua, abovedada por los pinos y la humedad, más cansada y rápida. La gente de los pueblos cercanos sube de vez en cuando a revisar su ganado al que deja vagar libremente por la montaña, sin más protección que una pequeña cruz de hierro incrustrada en la roca. Sí, ya recuerdo, el camino es por aquí, es defícil de encontrar un camino por donde nadie transita. Siempre traté de marcar mi propio camino, pero cuando ella me encontró fue difícil no seguirla, sus ojos se anclaron en los míos, sus ojos fueron en adelante mis ojos, mis pasos eran sus pasos. Píes sin rumbo, mirada perdida, sensación de estar en un leve sueño, como flotando sobre el concreto que dejó de serlo y ahora es una nube que nos sostiene y nosotros sólo somos dos hojas solitarias separadas por el viento, sólo andamos por la certeza de que hemos de volver a encontrarnos, por el juego de los encuentros y los besos.
En realidad nadie lo conoce, ni sus propios padres, nunca llevó un amigo a casa, ni tuvo problemas en la escuela, parecía que siempre estaba solo y nunca fue una persona social, se alejaba de sus compañeros, no por miedo u odio, sino por un instinto que lo obligaba a retirarse. Era siempre amable y cortés, pero no hacía amigos, siempre pasaba desapercibido y a los que se interesaban por él nunca les contaba más de lo necesario. Como dos fantasmas, siempre éramos dos sombras jugando a encontrarse, tu piel de sombra que me devuelve las caricias, nuestras sombras siempre se buscaron, se entrelazaron en el suelo y en la cama, esa cama siempre disponible, la cama del sueño de otoño, de los abrazos eternos, el refugio del sol que nos hería con sus flechas de luz. Siempre fuimos dos sombras besándose en los rincones de tu habitación. Después de su ingreso a la universidad dejó de ir a la montaña, parece que cambió sus excursiones infantiles por sus grandes exploraciones de los libros, los viajes imaginarios que lo ausentaban aún más, cuando estaba en casa sólo leía y sus retardos eran automáticamente atribuidos a ellos.
Sola, tú también estabas sola, vacía de recuerdos y nostalgias, volabas por las calles sin lastres, sin miedos, volabas de tu casa vacía hasta mis brazos abiertos, volabas, dormías, saltabas entre las sábanas y te fundías conmigo en un abrazo. Hace tiempo que no huye a la montaña, su familia posiblemente pensó que no lo hacía por falta de tiempo, por las nuevas responsabilidades que trae la vida universitaria, varias veces se había quedado en el campus, tal vez con un amigo. Sed nocturna, sed de labios, ansias de respirar tu pelo y evaporarme en su perfume, el vuelo y sus cadencias nos unen en el cenit, nos unimos en el vacío, en la eterna caída y nos fundimos y ya no somos cuerpos inertes, somos etéreos, somos estrellas fugaces huyendo de la noche y nos detenemos a oler la explosión de las flores y escuchamos la lentitud de las nubes y sentimos la aspereza del aire y somos y ya.
Rumores en la escuela, en la ciudad, en el pueblo, rumores mortales, son el cruel viento después de la tormenta, el último soplo del huracán. Han encontrado a una estudiante apuñalada en su dormitorio. No es de aquí, no tiene amigos ni familia, nadie la conocía, nadie la recuerda, nadie sabía si tenía amigos o no, estaba siempre sola en su cuarto o vagaba por ahí, perdida entre la multitud. Hay quien la relaciona con un muchacho, a veces se les veía juntos, pero nadie les prestaba atención. Nada se sabía de ellos. Tus ojos de agua me torturaban, tu mirada lluvia que azotaba mis ventanas, vendaval del odio. No pude resistirlo. Yo también lloré y lloví, y el agua fue licor y el licor vómito e ira. Vomité tu nombre, mil veces tu nombre, hasta no quedarme nada en las entrañas, me desgarré la garganta tratando de quemarlo pero quedó ahí, atorado, como una piedra tapando la profundidad del pozo, tu nombre piedra, sabor acre que me irrita, que arde en la punta de la lengua, tu nombre sangre, tu nombre grito, tu nombre tabú, tu nombre plegaria a un dios indiferente. Las sombras se levantan y el día deja de serlo. Sus pasos son cada vez más lentos pero está cerca. Su lugar favorito de la infancia es ahora un páramo de asolado por los tala montes, violado, saqueado, quemado. Perdóname. La cruz de hierro, escondida entre el zacate, sigue en su lugar estoicamente, aún trata de cumplir su función aunque se le nota un poco doblada. Te nombré y fuiste mía, fue mi nombre el que te di, el nombre creado para ti desde mi alma, te nombré y dejaste de ser libre, ya no fuiste tú, ni fui más yo. En su cara permanecen las huellas de largos llantos, está sucio y abatido. Recuerda el momento pero es todo dolor. Amor de hombre, amor de odio, amor mortal que surge del éter, amor droga activa, amor opio, sueño de violencia con hambre de sangre entre las manos, amos. Amor, perdóname. Trae la misma palabra entre los dientes desde hace horas: perdóname. Una cuerda sujeta a la cruz, una cuerda tensa sin música y sin guitarra. Perdóname. Perdóname
DAGS
Che bravo!!! me encantó, es tan dulce, romántico y triste. Me gustó la forma en como manejaste las dos voces, y comienzo a ver que los personajes en tus textos tienen pesadez pegada al cuerpo, así también empiezas con “rutina”. Con respecto a tu texto me fascino esa unión de esencias, de sombras sin nombre que se convierten en una sola “sus ojos fueron en adelante mis ojos, mis pasos eran sus pasos” y cuando están separadas son sólo dos simples hojas en el viento.
ResponderEliminarTambién describes la soledad de ella tan desierta, sin recuerdos ni nostalgias, vaya que eso es soledad!!
Y lo último que me cautivo fue “Yo también lloré y lloví, y el agua fue licor y el licor vómito e ira”, yo use algo parecido en Un po’ di tempo, donde dice que vomité besos alcohólicos, tal vez no sea igual, pero creo que logro entender esa ansia de deshacerte de lo que hace daño.
Es genial, no podía esperar otro final, me late chokolate :)
Una cosa más, esto tiene algo de biográfico o es mi imaginación?
ResponderEliminarJajajajaja, eres la segunda persona que comenta que perece que hablo de mí. La respuesta es simple: todos mis textos hablan de mí, quiera o no, porque los creo a partir de mi experiencia con el mundo y de las ideas y situaciones imaginadas que surgen de esa relación, aunque no quiera, mis personajes son una parte de mí. La historia la saqué de un caso que hubo por aquí por mi casa de un wey que mató a su chica y la dejó en su habitación. Los motivos y la psicología de los personajes son diferentes a los de la vida "rial", supongo, nunca los conocí.
ResponderEliminarMi intensión no era que acabara así, era que el wey se saliera con la suya, y reflejar así que hasta los seres más inofensivos son de los más peligrosos, sobretodo los ñoños, jajajja. Pero el texto y la emoción me llevaron por otro lado, así que mejor me dejé llevar.
Ah, y no me había percatado de la pesadez... qué loco!
Gracias por los comentarios
No manches Choko leí tu comentario de arriba y creo que deberías hacer una historia más violenta, pues con esa anécdota sería genial. Tu texto me gustó y tiene razón Sandra en que es dulce, romantico y triste. Me gusta lo de vomitar el nombre de la amada y el arrepentimiento final "perdóname". Para mí estaría bien que le dieras más dramatismo todavía al final y quizá menos descripción al planteamiento.
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